Queridas y queridos lectores del blog:
El 29 de agosto del año pasado, a
las ocho de la mañana, hice pipí en un Evatest resignada y muerta de sueño,
esperando un negativo bien brillante y acostumbrada a los amagues de la tía
colorada que, juraba, se habría demorado un poco más en llegar ese mes. Pero la
vida, y los apenas seis días de retraso, me devolvieron un positivo bien fuerte
que me llevó a gritar, sorprenderme, agradecer a Dios y a llorar mientras mi
marido entraba en el baño a los saltos sin tampoco poder creerlo. ¡ESTABA EMBARAZADA! ¿YO? ¡YO! Na, na. Imposible. Pero sí. Carajo, ¡qué estaba embarazadísima...!
Sé que no lo conté antes y que no
lo anticipé, más bien desaparecí y tienen todo el derecho a insultarme. ¿Por qué lo hice? Porque tenía terror a adelantarme y a perder el
enorme respeto que supone una noticia de esta naturaleza, más aun con mi historia de búsqueda, de estudios, de intentos y de negativos, de altibajos y
de una primera pérdida.
Increíble y milagrosamente, y contra todos los pronósticos, me quedé embarazada de forma
natural. Había, por supuesto, tomado clomifeno en meses anteriores para ovular,
y si bien lo había conseguido, la tía colorada seguía de visita. Tenía listos los
prequirúrjicos para practicarme una laparoscopía en septiembre, porque después
de cuatro ciclos con clomifeno y antes de una primera inseminación, mi médico
quería asegurarse de que no hubiera endometriosis u otra complicación que no
saltara del todo por ecografía y/o hísterosalpingo. La realidad es que para ese entonces, tenía la operación en la cabeza, es
la verdad. Estaba muy pero muy entretenida con el temor profundo hacia la anestesia
general y a entrar en un quirófano que, a Dios gracias, hasta ese momento no
había tenido el agrado de visitar.
Saben qué. Es tan trillado, pero
es tan cierto… La vida da revancha. Siempre. Ni bien tuvimos el positivo (que
hasta el día de hoy guardo como tesoro y como recuerdo en el cajón de mi mesita
de luz y no me importa que me tilden de asquerosa y todas esas pelotudeces) corrimos a la clínica por la beta y sí, efectivamente: 44700. Parecía
un sueño, no podía ser, era imposible. Esa chica recientemente embarazada no
era yo en realidad, estaba viviendo otra historia, una historia ajena, no podía
ser la nuestra… Pero sí, la vida, de nuevo, me enseñó que sí. Que hay un tiempo
para las cosas y también para los hijos. Algunas mujeres, millones en realidad,
tenemos el sueño de ser mamás algo mucho más complicado que otras, las bendecidas
madres tierras, incluso sé que hay diagnósticos más complejos que –a lo mejor-
el mío, y sé que aun así luchan como leonas que son y lo logran, porque cuando
se quiere de corazón, de verdad, desde el fondo de las entrañas y te levantás
todos los días y seguís intentando, te caes (o te hacen caer), pero seguís… lo
conseguís. Ya no importa mucho cuándo, cuando hace un tiempo atrás creías que
el tiempo sí te importaba. Ya no importa mucho qué, hasta que aparece, y
entonces todo cambia.
El 25 de abril de 2015, a las
2:30 de la mañana y después de 38.5 semanas de embarazo, un embarazo que cuidé
entre algodones y disfruté como jamás imaginé en mi puta vida, nació mi
precioso, soñado y tan esperado hijo. Una verdadera bendición del cielo. Fue un parto difícil, no por mí, sino por
él. Había meconio en la bolsa y nació con bajo peso. Pero salió adelante, yo me
recuperé muy bien y él ganó y está ganado el peso que –no sé sabe aún bien por
qué- no ganó en la panza. Creen que se debe, seguramente, a un tema de
insuficiencia placentaria, porque de hecho mi placenta era algo pequeña para la edad gestacional a la que había llegado y tenía
un hematoma. Si bien me cuidé como nadie, descansé y tomé absolutamente todo lo
que indicó mi médico, no sufrí de presión alta o preeclampsia y hasta por las dudas dejé la
sal, no fue suficiente. O sí. Siempre hay por lo menos dos formas de ver las
cosas.
Pasada la cesárea, mi obstetra reconoció
que se confió de más, que jamás sospechó nada raro porque los análisis daban
bien, y las ecografías y revisaciones correspondientes a cada trimestre
también. Me hice absolutamente todos los estudios que me indicaron, pero se
ve que las que diagnostican una complicación de este tipo son otras que escapan
al protocolo de un embarazo sano y sin riesgo. Una sugerencia para las lectoras
y lectores que viven en Buenos Aires, Argentina. NO VAYAN a hacerse ecografías
fetales al IADT. No vayan. Yo me hice la correspondiente a la semana 36 ahí, a
fines de marzo, por falta de turno en otros centros, y el ecógrafo que me vio
me dijo que el bebé estaba perfecto, que pesaba más de 2700 kg y que venía
bárbaro. Mi hijo nació el 25 de abril con 2200 kg. Revisando el informe que me
entregaron en el IADT, en ningún lado especificaron el percentil de crecimiento
del bebé. Ya lo sé, podría hacer un juicio terrible, pero me conformo con
entender que por más juicio que gane nadie me va a devolver los gramos que mi
hijo no ganó; entonces, mejor, prefiero dejar la sugerencia por escrito. A lo
mejor, advierto a alguien.
Volviendo al tema, si bien me
tengo que estudiar hematológicamente y mi médico me anticipó que para un
segundo y eventual milagro debería, muy probablemente, usar heparina hasta la
semana 38, quiero decirles que, a pesar de todo y de todos, SI SE PUEDE.
Cuando contemplo dormir a mi hijo me pregunto quién le dio la vida a quién. Y entonces aparece mi lucha. Esta lucha que continúa, que ahora tiene otro sabor porque la miro desde un escalón más alto, pero sigue.
Quiero decirles, con este post, y muy pero muy humildemente:
Que se puede. Sí se puede. Sí se puede. Aunque parezca que no, que no es posible, que pase el tiempo y la vida parezca cerrarse, aunque te caigas, te levantes mil veces y vuelvas a estrolarte contra la pared, aunque te acostumbres con el tiempo y una cuota amarga de resignación de que tal vez eso que anhelás y por lo que tanto, pero tanto luchás no ocurra, SÍ se puede. Sí es posible. SIEMPRE que se quiere enserio se puede.
Si hay algo que me deja este
camino arduo de la búsqueda de nuestro bebé es la fortaleza, es el no bajar
jamás los brazos, es seguir; aunque duela, aunque sangre, aunque todo esté
nublado no importa, hay que levantarse y volver a apostar, a creer, a
despegarse.
Qué más puedo decirles. Ah, que pienso seguir escribiendo cacareos. No pretendo convertir al blog en una bitácora de pañales, cacas y demás, si no continuar con este arduo camino de la infertilidad. Y cuando digo <<infertilidad>> no digo esterilidad. Sé que conocen bien la diferencia, ¡pero cuántas veces he confundido los términos en días de llanto y desolación...!
Hasta la muy pronto próxima.
Pd: Infertilidad, quería decirte que te cagué. ¡TOMÁ!
Vicky